Por Viviana Arancibia y Mariana Pedace
Son las 12:00 pm. Salgo de mi casa para tomar el colectivo e ir a trabajar. Mucho tránsito, la calle está pesada. Veo caras felices, preocupadas, gente leyendo, diversidad de historias que se entrecruzan…
Miro el reloj, no me gusta llegar sobre la hora ya que hay colegas esperando que yo tome la guardia para ir a descansar y estar con sus seres queridos. Ingreso al hospital, ficho, me cambio y comienza mi día.
Uno de los pacientes, Marcelo, tiene 19 años, es oriundo del conurbano bonaerense y llegó a la Terapia luego de un trasplante bipulmonar. Estuvo internado en estado crítico durante bastante tiempo en mi Unidad. Con el paso de los días y, muy de a poco, se fue recuperando. Cuando pudo sentarse en un sillón al lado de su cama, comenzó a dibujar. Era un apasionado del dibujo: tengo colegas que aún hoy guardan las producciones que él le hizo.
Todos los días cuando pasaba a saludarlo le decía: – “Buenos días Marcelo”.
y él respondía: – “¡Hola Vivi! “
Estaba feliz por tener otra oportunidad. Su sonrisa lo decía todo.
Verdaderamente estaba muy implicada con este paciente….Quizás, demasiado. Un día, impulsada por la necesidad de gratificarlo, decidí consultar a su médico si podía tener una merienda diferente a la que ofrecía el hospital rutinariamente. La respuesta afirmativa me hizo averiguar de inmediato que le encantaba la Chocotorta. Entonces, crucé a un bar de enfrente y pedí que me prepararan el mejor capucchino con una porción de chocotorta. Además, compré dos tarjetas con emoticones y escribí en una: “Sos un campeón de la vida” y, en la otro: “Marcelo, ya falta poquito para estar con tus seres queridos.” Luego se lo entregué: fue el mejor regalo que hice desde el corazón.
A los pocos días le dieron el alta y regresó a su domicilio. Todo el equipo que lo asistía estaba contento por la noticia. Incluso, nos sacamos fotos, selfies, con él y su familia antes de que se fueran.
Sin embargo, unos meses después, Marcelo fue internado de nuevo. Vino hacerse un estudio y empezó a desaturar. En su nueva estancia, volvimos a interactuar: él hablaba por teléfono en su sillón, yo le hacía chistes, intercambiábamos sonrisas, era un miembro más de la Terapia….
Un lunes, al empezar la guardia, me comunicaron que Marcelo se había descompensado: estaba en asistencia respiratoria mecánica, con un rass de -5 , inotrópicos , analgesia…. Desde ese momento, no volví a verlo sentado.
Pocos días después vinieron a pedir Beriplex y adrenalina. El equipo de salud entero estaba comprometido con su recuperación. Se escuchaban voces que pedían una cosa u otra… Le hicieron de todo y mucho más con la esperanza que saliera adelante . Su cuerpo no soportó más y entró en paro cardio-respiratorio: alarmas, el carro de paro, maniobras de reanimación pero todo fue en vano….
Caminando por la sala, me crucé con una kinesióloga con los ojos lleno de lágrimas. Marcelo ya no estaba entre nosotros. Aunque me esforcé, no pude evitar empezar a llorar desconsoladamente… Pensaba en él, en su familia…. No me hubiera gustado estar en lugar del médico de guardia cuando tuvo que informar del fallecimiento a su mamá. Luego la vi a ella: estaba sola, junto a la cama donde su hijo yacía muerto con un dolor inefable, en silencio. Se acercaron a contenerla unas señoras que estaban pasando por una situación similar por tener algún familiar para trasplante u otra cirugía compleja.
Recuerdo esa tarde con un halo de tristeza intensa. Fue muy difícil seguir trabajando. para mi, Para colmo, tuve que controlar el carro de paro que se había utilizado con él. Me quería ir, no soportaba estar allí, me invadía la angustia. Nos abrazábamos con mis compañeras que también estaba desencajadas.
No es fácil estar en los zapatos del personal de Terapia Intensiva…. Aunque somos profesionales, también somos personas que sentimos, nos emocionamos y apegamos a los pacientes, si bien por lo general procuramos no demostrar las emociones. Marcelo nos dejó una lección: cuando se ama la vida hay que dar batalla. Los enfermeros, médicos, kinesiólogos, residentes y todos los profesionales de UTI somos soldados que seguimos peleando a pesar de las heridas emocionales.”
Viviana Arancibia, enfermera, sector de reconstitución de medicación de la Unidad de Terapia Intensiva de Adultos del Hospital Italiano de Buenos Aires.
Este relato puede servirnos para pensar sobre la complejidad que conlleva ser profesional de la salud en Terapia Intensiva.
La muerte es un hecho central para el hombre tal como se advierte por el lugar que ocupa en las religiones y los diversos sistemas de pensamiento de todos los tiempos . Según los filósofos existenciales, como Heidegger y Jaspers, cualquier manifestación de la angustia es, en definitiva, angustia ante la muerte.
Elegir trabajar en Cuidados Críticos implica, desde el mismo momento de elección de la especialidad, una gran sensibilidad y compasión por el sufrimiento ajeno. Algunos autores suponen que los profesionales de la salud temen más a la muerte que la mayoría de las personas, inclusive, que ese miedo es determinante en su vocación y el anhelo de perfeccionarse.
El malestar asociado a las sucesivas experiencias asistenciales puede activar mecanismos psicológicos tales como la negación, la evitación o la intelectualización que induzcan, por ejemplo, a reducir la muerte a un mero hecho biológico.
De todas formas, el fallecimiento de un paciente, en mayor o menor medida y de acuerdo al vínculo que establecido, puede desencadenar procesos de duelo.
El duelo es una reacción normal frente a la pérdida de alguien o algo valorado. En ciertos casos, afrontar la muerte de un paciente reactiva otras pérdidas de nuestra historia y duelos mal elaborados. La señal de que esto sucede es la angustia excesiva y sostenida en el tiempo, y más aún, su grado de interferencia con nuestras actividades habituales.
Una forma de estar preparados para una actividad de tan alto impacto emocional no derive en síndromes como el burn out o la pérdida de interés por nuestro trabajo, es tomar conciencia de su naturaleza y cómo nos afecta cada suceso. En este sentido, tomarse 5 minutos para reflexionar sobre cómo nos sentimos en relación a los pacientes, su familia y nuestras acciones profesionales, puede facilitar la asimilación de tan compleja tarea y prepararnos mejor para enfrentar mejor los próximos eventos. Como dice Viviana Arancibia en su relato sobre Marcelo, los intensivistas “son guerreros” en momentos de dolor y desesperación. Curar las heridas emocionales es condición necesaria para seguir dando batallas.
Mariana Pedace. Psicóloga HIBA
Buenos días estimad@ quisiera saber con quien puedo contactarme para extender una invitación sobre una ponencia acerca de mi primer paciente, que hace referencia a la muerte del primer paciente fallecido para el personal de salud. Actualmente me encuentro estudiando medicina humana en 5to año y formó parte de una sociedad estudiantil sin fines de lucro pues nos serviría de mucho tocar un tema tan importante como este. Muchas gracias de antemano, espero su pronta respuesta.
Hola Andrea, por favor escribí a info@fcchi.org.ar. Saludos