Por Darío Villalba
Darío Villalba es kinesiólogo y coordina el área de Docencia e Investigación en Clínica Basilea. Hace un tiempo, su padre de 82 años enfermó y a raíz de ello vivió la experiencia de ser familiar de un paciente al que habitualmente en la jerga médica se lo denomina «un caño«. El quiso narrar y compartir lo que le sucedió ya que este suceso lo hizo pensar y replantearse algunos modus operandis que suelen naturalizarse en la práctica asistencial.
Darío pertenece a una familia oriunda de Santa Cruz, formada por seis hermanos. Dos de ellos trabajan en el ámbito de la salud: él y su hermana que es pediatra.
Su padre fue internado en Santa Cruz con una situación terminal asociada al diagnóstico de cáncer aunque sin determinación del tipo específico. A pesar de la resistencia de la mayor parte de sus hermanos, junto a su par del ámbito sanitario lograron trasladarlo a Capital. A propósito de su estadía en instituciones porteñas escribió:
-«Otra vez nos metieron un caño»-… Eso escuché hace poco tiempo. Por supuesto, no fue la primera vez ni va a ser la última.
-«¿Quién lo acepto? ¿80 años?…Seguro viene con algo más….¿cáncer?….»-. El «caño» del que hablaban, en este caso, era mi papá
Mi viejo tenia 82 años correctamente vividos. Se encontraba con buen estado de salud hasta que empezó con el malestar del cuadro que determinó su final. A claras luces, no había certezas de nada. Se lo había estudiado en su provincia austral. La TAC de tórax evidenció una masa que invadía costillas, vertebras, pleura….
Lo punzaron pero la nuestra anatomopatológica no sirvió. Sin embargo, el viejo sufría y cada vez sentía más dolores. Propusieron repetir la biopsia y otra vez fue en vano.
En medio de tanto sufrimiento, algunos de sus hijos logramos el traslado a la gran ciudad en búsqueda de diagnóstico y tratamiento adecuado. Pero allí tampoco fue fácil: autorizaciones de PAMI, reintentar la biopsia, buscar lugar para tratamiento….
El viejo estaba cada día más dolorido y angustiado. Ya no había opiodes que lo calmen.
Una mañana estaba vestido con mi ambo viendo al viejo intubado y en ARM en la sala de UTI cuando escucho:
– «Otra vez nos metieron un caño, parece que el hijo, con bastante insistencia, logró convencer a la médica de la sala y esta a la médica de Terapia de que el viejo no daba más, que tenían que hacer algo».-
Insistí en el pase a UTI cuando él tenía una crisis de dolor de tal magnitud que al ceder mínimamente me preguntó si ya estaba muerto o seguía vivo. Insistí sabiendo que era un «caño» de más de 80 años. Insistí por su sufrimiento… A la dos horas me avisaron que el viejo murió, era «mi caño», mi papá.
Estando del lado del familiar y del paciente no pude/quise manejar la situación «como se debe»… En realidad actué por motivaciones menos racionales y más pasionales que generalmente no salen a la luz cuando ejerzo mi rol de kinesiólogo en contexto laboral.
La experiencia con mi viejo me hizo preguntar muchas cosas: ¿qué concepciones sobre «dignidad» manejamos los profesionales que trabajamos con personas que se enfrentan al final de la vida? ¿Difieren de las que tienen los familiares y los pacientes? ¿Cuáles son los parámetros para «medirla»? En ocasiones, el criterio económico que determina el uso eficiente de recursos ¿puede primar sobre el humanitario?.
Muchas veces, los profesionales aducen comprensión para con la familia del paciente, pero en la práctica ésta se diluye en los condicionamientos profesionales e institucionales, especialmente, cuando el paciente está hospitalizado y es mayor. Quizás esto se asocie a la tendencia de la sociedad occidental a colocar a los ancianos en un lugar poco valioso e incluso obstaculizante. También, con el hecho de que los pacientes añosos y que suelen padecer múltiples patologías, en general, no tienen grandes índices de mejoría y representan para los profesionales más frustraciones que satisfacción.
En base a todo esto, pienso: ¿qué es la dignidad sino una parte esencial de la humanidad? ¿Qué es la humanidad sino el desafío de aprender a nacer, enfermar, envejecer y morir? El médico y filósofo José Luis Mainetti habla de «humanitud» como la cualidad esencial de un ser humano que experimenta el dolor, el sufrimiento, la vejez y la finitud. Todos vamos a tener esas vivencias y es fundamental considerarlo cuando vamos a tomar decisiones asistenciales concernientes a los denominados «caños» y sus familias» ya que son nosotros mismos pero del otro lado del mostrador.
Darío Villalba
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