Comunicaciones difíciles

La comunicación entre profesionales de la salud y pacientes es un aspecto fundamental de la atención de los individuos gravemente enfermos, sin embargo la mayoría de los profesionales han tenido poca formación en esta área. Los aspectos comunicativos más valorados por los pacientes y familiares son aquellos que ayudan  a sentirse contenidos y guiados, los que apuntan a fomentar la confianza y alimentan la esperanza de que «algo» puede hacerse aunque se trate de una situación de terminalidad. A continuación se esbozan algunas pautas que pueden favorecer el complejo proceso de comunicación que se da en torno a un tema tan sensible como la salud de las personas.

En primer lugar, debería evitarse el “sermonear” a los pacientes o sus familiares. Es menester utilizar el idioma que coincide con el nivel educativo del interlocutor y, en lo posible, prescindir del uso de jerga médica, ya que puede generar confusión.  Aún frente a individuos con alto nivel de instrucción, no se debe dar por sentado que todo lo que se dice resulta obvio. Los pacientes y familiares, además, están emocionalmente abrumados y ello constituye un obstáculo importante a sortear, están recibiendo una serie de datos en un momento en que lo que pasa dentro de sí mismos es la angustia, el temor y la incertidumbre. Alternativamente, pueden estar invadidos preocupaciones o estar pensando en qué va a pasar con sus hijos, quién va a cuidar de él si ya no puede hacerlo por sí solo, quién va a ocuparse de su anciana esposa que está algo demente, o qué va a ser de su adorada mascota si él muere.

Por otra parte, los pacientes a menudo asumen que si algo es importante el profesional lo va a mencionar, mientras que los profesionales asumen que si los pacientes quieren saber, van a preguntar. Los profesionales quieren evitar el propio dolor al tener que mantener conversaciones difíciles, lo cual es entendible, y los pacientes se aferran a cierta ciega inocencia que los proteja de la verdad. En consecuencia, muchas de las conversaciones difíciles sobre el pronóstico, la posibilidad o no de curación y sobre todo, el final de la vida, nunca tienen lugar. Esa es una situación que debe tenerse en cuenta y tratar de evitarse. Es altamente deseable que los profesionales intenten anticiparse a esas preguntas no dichas y generar el espacio para que sean formuladas: sin apuros, sin presiones, sin prejuicios y también, apreciar la enorme importancia del silencio como “modo de ser del habla”.

Ese paciente o el familiar enfrentado a las malas noticias sobre su salud es una persona que tiene miedo. El profesional, confrontado con el silencio de este ser humano angustiado, enfrentado a las rupturas de lo narrable, también empieza a ser invadido por el dolor de los demás. Este peculiar privilegio de tener acceso a la máxima vulnerabilidad de un individuo nunca será suficientemente valorado, ni se preciará suficientemente, ni se comprenderá del todo la enorme responsabilidad que conlleva. En la rapidez y el apuro del diálogo con el paciente o su familiar, a veces no comprendemos cabalmente que lo que les sucede es que el mundo tal como lo conocían se está desvaneciendo en sus manos, que todas sus certezas desaparecen y que, para poder comunicarse con nosotros mediante la palabra, tiene que encontrar la manera de nombrar fracciones de experiencia que ya no son verbalizables en el idioma que sobrevivió a lo que Richard llamara “la catástrofe del sentido” en la que la violencia del sufrimiento derrumba todos los ordenamientos previos.

Un aspecto crucial que los profesionales puedan descubrir las verdaderas necesidades de los pacientes y familiares en términos de información. Es importante aclarar que aunque intentan armarse «recetas» de cómo lograrlo, ninguna pauta puede reemplazar el elemento más fundamental de la comunicación humana: el verdadero interés por el otro, la atención completa y sin distracciones, y la genuina intención de ayudar. A veces preguntas concretas como ¿podría decirme algo más acerca de la información que necesita en este momento? ¿cómo se siente sobre lo que hemos discutido? ¿qué significa esto para usted?¿qué piensa Ud. acerca de lo que hemos hablado? o más concretamente ¿qué le preocupa más acerca de lo que está sucediendo? pueden ayudar a abrir las puertas para que el paciente o su familiar pregunte y comparta sus temores, a veces racionales, a veces absurdos.

Cabe considerar que aún cuando digamos la verdad respecto de un diagnóstico o un pronóstico con claridad y de la forma más comprensible y completa, el paciente y su familia pueden no escucharla. Esto ocurre por la  reacción emocional que puede desencadenar la información. Los profesionales comúnmente suelen alejarse de estas reacciones emocionales, porque la emoción del otro, la expresión de su dolor, son profundamente penosas. Sin embargo, reconocer, aceptar y dar el lugar a esas reacciones afectivas facilita la profundización y eficiencia del proceso de comunicación. En este aspecto, como en otros, es esencial anular el prejuicio. Si bien cada uno de nosotros puede tener una idea acerca de cómo se debería reaccionar ante determinadas situaciones, el paciente y su familiar lo harán de su propio modo y desde su propia historia. Es importante que el profesional de la salud tenga en cuenta que no está en él juzgar si esa reacción (o falta de reacción) es adecuada o inadecuada, sino que su deber es facilitar a los que sufren la recepción de la información de la manera menos traumática posible.

El dolor enoja y, con frecuencia, el paciente o su familiar no tienen a nadie a quién reclamar por las desdicha más que a los profesionales que tienen delante. Como en el Romance de la Pérdida de Alhama, en que las malas noticias hacen estallar la ira del rey moro (“cartas le fueron venidas–que Alhama era ganada. Las cartas echó en el fuego– y al mensajero matara…”), el paciente también deposita su enojo en el pobre mensajero. Es verdad, también, que la pena y la desolación no dan derecho a todo y que el respeto por el otro también debe circular desde el paciente hacia el médico. Sin embargo no puede perderse de vista que la relación profesional-paciente no es simétrica, el paciente es quien sufre, es quien ha perdido el control de su mundo y de su vida. El profesional termina esa penosa conversación y siguen adelante con su propia vida.

Comprender, respetar y decidir acompañar el dolor es la actitud requerida para poder comunicarse en situaciones de enfermedad y sufrimiento, sin aumentar el daño innecesariamente, sin arrebatar la esperanza y sin vulnerar la compasión. Corresponde al profesional de la salud identificar en su práctica diaria, sus propias dificultades y reflexivamente transformarlas para poder incidir positivamente en el cuidado de
los pacientes y sus familias.

 

Texto tomado y modificado de : Quadrelli, S., Belli, L. F., & Kusminsky, G. (2013). ¿ La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?. Revista americana de medicina respiratoria, 13(1), 35-43. publicado en la web del Conicet bajo licencia creative commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 2.5 Argentina. Puede leer el original haciendo click aquí 

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