«Ninguna tecnología reemplaza una hora de consultorio»

 

En esta entrevista a Eduardo San Román,  Jefe de la Terapia Intensiva de Adultos del Hospital Italiano de Buenos Aires, realizada en 2006 por Analía Roffo  para el diario Clarín se plantea uno de grandes desafíos de la medicina actual: cómo lograr un equilibrio entre los avances tecnológicos y la atención personalizada al paciente en el marco del sistema de salud contemporáneo.  Cada opinión resulta absolutamente vigente en 2017. No se lo pierdan!!

La medicina parece atrapada en una grave disociación: cuanto más avances técnicos incluye, más se aleja del paciente. La organización del sistema de salud tampoco estimula la solidez del vínculo entre médicos y enfermos.

Analía Roffo. 
aroffo@clarin.com

Fuente: Clarín,09/07/ 2006.

  • Tolstoi, en «La muerte de Iván Illich», describe una relación muy distante, casi áspera, entre el paciente y su médico, quien parece vincularse más con un diagnóstico que con el propio enfermo. El relato es de 1886. Ciento veinte años después, ¿esa relación se ha hecho más fluida, más humana?
    —La relación entre médicos y pacientes es humana, y como tal, difícil. El vínculo puede empantanarse porque, entre otras cosas, depende de la idea que cada uno se arma de su propia vida, de su salud e incluso de su muerte. Los médicos deberíamos estar preparados filosóficamente para llevar adelante esta relación y no lo estamos, porque la filosofía no es una materia de la carrera. Esa es una carencia. Del otro lado, está todo lo que lleva al avance de la medicina y que redunda en la mejora de la expectativa de vida.
  • Carencia de filosofía y superabundancia de tecnología no parecen un buen equilibrio.
    —Es que ningún exceso de nada suple un verdadero acercamiento y un diálogo hondo entre los seres humanos. Siempre digo que cuando un médico no puede curar, debería sanar. La palabra es sanadora. Siempre debería existir ese lazo, ese contacto íntimo.
  • ¿No les pide mucho a los médicos? Un historiador como Phillipe Aries dice, en Morir en Occidente, que las sociedades industriales reprimen sus duelos y prefieren la anestesia de sus emociones porque les da gran angustia hablar de ellas. ¿No tendría alguna justificación entonces que los médicos se manejaran con la misma coraza que sus pacientes ante situaciones que los desestabilizan?
    —La descripción de Aries es ajustada, pero creo que la realidad que vivimos en estas sociedades ya no industriales sino posmodernas es aún más grave. El problema actual es que el valor que cobra lo que uno hace está medido con una escala económica y temporal (que exige satisfacción inmediata) y no con una escala de la calidad y la intensidad que uno puede llegar a dar. Específicamente hablando de la medicina, hay una enorme disociación: cuanto más técnica es la especialidad, más se aleja del ser humano que tiene enfrente.
  • El lenguaje suele delatarlo. Uno escucha que «se operó un cáncer o una apendicitis» y no a un paciente.
    —Uno le tiene que pedir al médico que sea un buen técnico, por supuesto, pero ahí no termina la historia. El aspecto que sigue es que si el médico solamente se queda con eso, el conflicto se agranda. La sensación que yo tengo es que el paradigma de las sociedades posmodernas es esta desprotección del ser humano por otro ser humano, o por una estructura inanimada, o por una tecnología inanimada.
  • ¿Le preocupa la sobrevaloración de lo tecnológico en la tarea médica?
    —Sí, me preocupa la fantasía que hay en los procuradores de aparatos. Obviamente que los aparatos motorizan avances en diagnóstico y tratamiento, pero, en el medio, hay un individuo sujeto a la tecnología que necesita un entorno de protección. No debemos perder de vista que esta profesión es, por sobre todas las cosas, humanística. La medicina es diferente a otras profesiones. Ni mejor, ni peor: diferente, lo cual no significa que está sobre un pedestal. Quiero decir que si bien yo uso muchos cálculos matemáticos, mi paciente no es un número, o no debería serlo. Me parece que los que aplicamos estos conceptos, tenemos más éxito.
  • ¿Más dinero? ¿Más reconocimiento?
    -No, no. Más éxito es la paz que puede transmitirle a uno lograr una buena comunicación con el paciente. Más éxito es disponer de tiempo para contener una situación conflictiva. Pero, desgraciadamente, hoy la práctica de la medicina es en serie —cuando uno coloca a un paciente detrás de otro, en un consultorio— y no en serio —que es saber que la primera consulta requiere mucho más que los quince minutos reglamentarios que puede dar cualquier sistema.
  • El sistema parece contener hoy todos los perfiles de médico: desde el que se mercantiliza hasta el que merece esas cartas de gratitud que todos los días aparecen en los diarios. Un médico, por sí solo, ¿puede enfrentarse a un sistema ya establecido?
    —Nosotros somos muy responsables de lo que nos pasa. Y pasa en todo el mundo, no sólo en América latina, donde las condiciones socioeconómicas servirían de excusa a más de uno. Pasa en Estados de bienestar como Inglaterra, España, Francia o Italia. Por supuesto que nosotros, que copiamos muy mal los modelos, ya sean capitalistas o no capitalistas, tenemos inconvenientes que son genuinos y de desigualdad.
  • ¿Por qué el médico es responsable?
    —Porque hemos permitido, como sociedad médica, como conjunto, llegar a una situación donde nosotros no anteponemos la calidad médica como requisito para poder realizar la práctica. La mayor parte de los países desarrollados tiene una escala en la cual un individuo asciende hasta conseguir su título de especialista. Y hay una instancia única, en la cual el individuo tiene que ir a un examen —regulado por las universidades, por los Estados— para lograr la categoría de especialista, que debe ser recertificada cada tantos años. Muchas recertificaciones se hacen en base a la actividad científico-técnica del médico.
  • ¿Cómo es en Argentina?
    —Aquí, y en toda América latina, no existe una única entidad que dé título de especialista, aunque los títulos que tienen más prestigio pueden ser los universitarios. Intervienen entonces las sociedades científicas, los colegios médicos, etcétera, etcétera. ¿Por qué pasa lo que pasa? Porque nosotros no deberíamos hacer un filtro extremo, pero sí lo suficientemente serio como para que la persona que esté al frente de determinadas posiciones sea la que más ha trabajado para eso. En este momento hay una masificación que no beneficia ni a los médicos ni a los pacientes. ¿Por qué aceptan tener consultas de quince minutos? Porque si no aceptan, al día siguiente tienen otro que sí lo hace. Los países desarrollados están mejor, porque, todavía, matricularse como médico y con una especialidad no es un proceso elitista ni lleno de trabas injustas, sino un camino que depende de la capacidad y las ganas de trabajar de cada uno.
  • En las últimas semanas los diarios hicieron foco en otra profesión crítica, la de las enfermeras…
    —Ahí hay otro nudo grave. En Argentina hay 0,9 enfermeras por cada médico, lo cual es una aberración, porque un médico puede manejar tranquilamente una sala de ocho, nueve, diez camas, o más. Mientras que para esas diez camas, si hablamos de medicina crítica (u ocho camas, que es lo que marca hoy la ley), necesitamos una enfermera cada dos pacientes, según la complejidad; o a lo sumo, una enfermera cada cuatro pacientes. Razón por la cual, cuando hay un médico, debe haber, mínimamente, de cuatro a seis enfermeros. En algunos casos, hay algunos pacientes que necesitan un enfermero para ellos solos. Por todo esto insisto en que estamos descuidando el proyecto de salud, que es fomentar especialidades o tecnicaturas que podrían permitir un mejor cuidado del paciente. El confort del paciente y su evolución dependen de la enfermera. Por supuesto, bajo directivas precisas del médico. Por esto insisto también en los rasgos humanísticos de la profesión: por el momento, no hay tecnología que pueda reemplazar lo que es una hora de consultorio o la atención cuidadosa del personal paramédico.
  • Entiendo que los médicos (como cualquier otra profesión) son en parte responsables del escenario en el que se mueven. ¿Pero son responsables también de cómo se distribuyen los recursos? El déficit de enfermeras debe tener que ver con el sueldo ofrecido o con la escasa estimulación de la carrera.
    —Coincido en que la fuerza de los individuos y de las sociedades tiene un límite. Uno no maneja recursos, pero sí ideas. Entonces, yo pregunto cuándo nosotros —sobre todo las sociedades científicas, o aquellos que estamos abocados a seguir enseñando— hemos dado a conocer estas inequidades. Así como hacen los ecologistas, que dicen «cuidado, esto va mal», los médicos deberíamos advertir que si queremos una atención de salud en serio, tenemos que atrevernos a dar un golpe de timón.Copyright Clarín, 2006.

 

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